El Congreso del Partido Comunista de China (PCCh) se celebra cada cinco años y funciona a semejanza de los cónclaves del Vaticano cuando se trata de elegir a un nuevo Papa. Salvo que en caso de China, el Papa ya está elegido de antemano. La fumata blanca se prenderá en Beijing al término de la cumbre, el próximo miércoles, cuando los nuevos líderes del Partido, y por ende de China, desfilarán jerárquicamente entre los aplausos de sus camaradas. Nadie duda de que Xi Jinping irá a la cabeza como nuevo secretario general, relevando a Hu Jintao.
Así es el 18º Congreso del PCCh que hoy comienza, un evento en el que todo el mundo conoce la puesta en escena pero en el que nadie sabe nada del contenido. Los 2.350 delegados del Partido venidos de todos los rincones del país se reunirán en el Gran Palacio de Pueblo durante toda una semana, mayormente a puerta cerrada, y allí decidirán las líneas maestras que deberá seguir la política china en los cinco años venideros. Sólo los hechos irán marcando, en un lento goteo, si China opta por una mayor apertura política, si decide reformar su sistema económico para hacerlo menos dependiente del Estado, si lucha de verdad contra la corrupción oficial, si aplasta un poco menos a la disidencia o si se esmera en corregir las tremendas desigualdades sociales que sufren hoy cientos de millones de chinos. El futuro de la dictadura depende de acertar en todo ello.
El PCCh consta de 80 millones de miembros, diez millones más que el día en que Hu Jintao se erigió como secretario general, el 15 de noviembre de 2002. Sin embargo, el círculo de poder sigue concentrándose en tres esferas muy reducidas. La primera es el Comité Central del Partido, integrado por unos 350 funcionarios provinciales, militares, presidentes de empresas estatales y burócratas expertos en distintas áreas. La segunda es el Politburó, un selecto club de 25 miembros (ministros y plana mayor del Ejército). La tercera, el auténtico núcleo del poder chino, es el Comité Permanente, formado por nueve miembros. Hu Jintao ostenta el número uno, Wu Bangguo (presidente de la Asamblea Popular, el órgano legislativo) es el número dos, y el premier Wen Jiabao el número tres.
El 18º Congreso está destinado a relevar a esta cuarta generación de dirigentes y dar entrada a la quinta (Mao Zedong fue primera generación). Para evitar que el poder se eternice en unas solas manos, el Partido decidió en su primera etapa reformista limitar el mandato a dos Congresos, o diez años, con un tope de edad de 70 años para sus miembros. Sólo dos de los 25 integrantes del Politburó mantendrán su puesto, y en el Comité Permanente únicamente permanecerán Xi Jinping y Li Keqiang, quienes serán oficialmente elegidos presidente y premier de China.
El Congreso que comienza atrae la atención mundial por un motivo: de aquí saldrán los líderes que gobernarán China cuando, en teoría, se convierta en la primera economía global por delante de EEUU, hazaña que todas las previsiones auguran para esta década. Para ello, China deberá sortear antes los grandes precipicios que se abren a sus pies: la necesidad de reformar su economía para hacerla más transparente, menos estatalizada y por tanto menos corrupta ; y revisar sus mecanismo de control político, especialmente en los escalones más bajos, donde los funcionarios locales provocan la ira popular por sus desmanes, sus injusticias y su opulento estilo de vida.
“El Partido debe regresar a la senda de la Constitución y la Ley para atajar la corrupción. Hoy es más necesario que nunca si no quieren que la masa social escape a su control”, indica Zhang Lifan, veterano historiador, a Clarín . “Deben enfrentarse a la contradicción de huir hacia adelante, no cambiar nada y seguir enriqueciéndose, o abandonar sus privilegios, aplicar el estado de derecho y crear un sistema más democrático”, sostiene Zhang, hijo de uno de los primeros ministros de Mao Zedong.
El PCCh está dividido en dos facciones opuestas: una reformista y aperturista, la otra conservadora y tradicional. Xi Jinping se mueve entre ambas corrientes, aunque se lo etiquetan como “reformista moderado”. China anhela seguir el camino de Singapur, una férrea pero próspera dictadura de mercado . Sin embargo, consciente de que debe dar mayor libertad y amparo jurídico a sus ciudadanos, el Departamento de Organización encargó un estudio sobre cómo Taiwán y Corea del Sur dejaron de ser dictaduras autoritarias para convertirse en florecientes democracias en los años ‘80 y ‘90.