Park, hija del fallecido dictador Park Chung-hee, será la nueva jefa de Estado de un país en el que los hombres acaparan ocho de cada 10 escaños en el Parlamento y también la inmensa mayoría de cargos directivos de instituciones y empresas.
Esta mujer menuda, de 60 años, soltera y sin hijos, se resarce así de su derrota de 2007 en las primarias frente al actual Presidente, Lee Myung-bak, un compañero de partido con el que en los últimos años ha marcado distancias al alinearse con diputados disidentes.
La promesa de Park de un mejor reparto de la riqueza y de un mayor acercamiento a Corea del Norte, así como el recuerdo de su padre, artífice de una dictadura que alumbró el milagro económico surcoreano entre 1963 y 1979, parecen haber convencido a la mayoría de surcoreanos en estos comicios.
Eso no quita que una parte del electorado, jóvenes afectados por la inestabilidad laboral y deseosos de un giro a la izquierda, sigan viendo en Park Geun-hye, tradicionalmente apoyada por los ciudadanos de edad más avanzada, un reflejo del autoritarismo del régimen de su padre.
Ello pese a que la futura Presidenta llegó a pedir perdón por las violaciones de derechos humanos perpetradas durante la dictadura de su progenitor, y a que ha prometido una distribución más equitativa de la riqueza, frente al modelo de oligopolio de los grandes conglomerados heredado de las políticas del fallecido dictador.
En cuanto a Corea del Norte, Park busca abandonar la línea dura de Lee en favor del entendimiento con el problemático vecino comunista a través de medidas como la creación de centros de cooperación en Seúl y Pyongyang que faciliten una comunicación directa.
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